El Perú, durante las primeras décadas de este siglo, continuaba siendo un país eminentemente agrario, un mosaico de haciendas, desarticulado, en el cual sus regiones laneras, mineras, caucheras o azucareras, por el carácter de los circuitos comerciales, parecían encontrarse más cerca de Inglaterra o Estados Unidos que de Lima.
Los ferrocarriles no articularon el país como los soñaron los civilistas del siglo XIX, sino más bien lo demembraron y pusieron las regiones al servicio del mercado internacional. En estas circunstancias, se desarrollaba un país con economìas desiguales, con regiones que mantenían relaciones comerciales asimétricas, una modernas y otras arcaicas.
La hacienda andina en lo fundamental reproducía y mantenían el feudalismo y la servidumbre del mundo colonial. Los excedentes de estas empresas agrícolas o pecuarias, eran movilizados al mercado exterior por la acción de las empresas mercantiles. La tecnología moderna como el vapor que mueve ferrocarriles trapiches y arados, aplicada a la agricultura de exportación modernizaron las estructuras productivas, aumentaron la rentabilidad de las haciendas y exigieron la presencia de una numerosa fuerza de trabajo asalariada.
Lima vería aumentar su población, al lado de los artesanos aparecen los primeros núcleos obreros que daran inicio a futuras batallas por sus reivindicaciones económicas y sociales. Por ejemplo en 1919, siendo todavía un niño, vistó Lima por primera vez, quien años después sería José María Arguedas, él ofrece una imagen de esa Lima de entonces: "Cuando visité Lima por primera vez en 1919, las mulas que arrastraban carretas de carga a veces se caían fatigadas y heridas por los carreteros (...) un serrano era inediatamente reconocido y nirado con curiosidad o desdén, eran observados cono gentes extrañas y deconocidas, no como ciudadanos o compatriotas, en la mayoría de los pequeños pueblos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú.
Lima era una ciudad en vias de tugurización, donde no estaban muy bien diferenciados los barrios de los ricos de los barrios de los pobres.En el perímetro central, al aldo de una gran casa coexistìan decorosas vieviendas de clase media, junto a viejas mansiones subdivididas o sobrepobladas por familias de artesanos y obreros. Por ejemplo la Quinta Hereen y Barrios Altos. No faltaban en las inmediaciones del centro, bares y prostíbulos.
Luis Alberto Sánchez recuerda de esta manera la calle monopinta, donde transcurrió su infancia, él nos dice: "entre los cerca deseiscientos habitantes que la poblaban, sólo habían entonces tres o cuatro "chuscas", una de ellas jubilada y madre de un niño ablancado (...) Mi abuela hablaba con desdén de las "chuscas" las de "peluquita", aludiendo a las inquilinas del corral de don Lázaro, las cuales habrían las puertas de su casa bajo una luz rojiza, sólo después de las 7 de la noche"
Fue a partir de 1920 que los ricos come4nzaron a emigrar hacia los barrios del sur, tal vez para evitar tempranamente una mayor convivencia con las clases populares que crecían peligrosamente. Esa migración reverdeció a Barranco, dio origen a Miraflores y a las mansiones que rodena la avenida Arequipa. La construcción de mansiones contó con una fuerte influencia europea. De manera particular la influencia inglesa se dejó sentir en la equitación y la carrera de caballos, por ejemplo: El Hipódromo de Santa Beatriz.
El deterioro urbano afectó principalmente a los chinos y japoneses. En Lima el área comprendida entre la actual avenida Abancay y la Plaza Italia fue poblada por los chinos, que luego se llamó el "barrio Chino", un conjunto de tugurios y callejones, siendo el mas conocido el callejón "Otaiza" más de cien cuartos para dar cabida a un millar de asiáticos.
Fuente: Apogeo y crisis de la República Aristocrática (Manuel Burga y Alberto Flores)