viernes, 4 de octubre de 2013

El Perú a inicios del siglo XX: Un País Múltiple

     El Perú, durante las primeras décadas de este siglo, continuaba siendo un país eminentemente agrario, un mosaico de haciendas, desarticulado, en el cual sus regiones laneras, mineras, caucheras o azucareras, por el carácter de los circuitos comerciales, parecían encontrarse más cerca de Inglaterra o Estados Unidos que de Lima.
     Los ferrocarriles no articularon el país como los soñaron los civilistas del siglo XIX, sino más bien lo demembraron y pusieron las regiones al servicio del mercado internacional. En estas circunstancias, se desarrollaba un país con economìas desiguales, con regiones que mantenían relaciones comerciales asimétricas, una modernas y otras arcaicas.
     La hacienda andina en lo fundamental reproducía y mantenían el feudalismo y la servidumbre del mundo colonial. Los excedentes de estas empresas agrícolas o pecuarias, eran movilizados al mercado exterior por la acción de las empresas mercantiles. La tecnología moderna como el vapor que mueve ferrocarriles trapiches y arados, aplicada a la agricultura de exportación modernizaron las estructuras productivas, aumentaron la rentabilidad de las haciendas y exigieron la presencia de una numerosa fuerza de trabajo asalariada.

     Lima vería aumentar su población, al lado de los artesanos aparecen los primeros núcleos obreros que daran inicio a futuras batallas por sus reivindicaciones económicas y sociales. Por ejemplo en 1919, siendo todavía un niño, vistó Lima por primera vez, quien años después sería José María Arguedas, él ofrece una imagen de esa Lima de entonces: "Cuando visité Lima por primera vez en 1919, las mulas que arrastraban carretas de carga a veces se caían fatigadas y heridas por los carreteros (...) un serrano era inediatamente reconocido y nirado con curiosidad o desdén, eran observados cono gentes extrañas y deconocidas, no como ciudadanos o compatriotas, en la mayoría de los pequeños pueblos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú.
     Lima era una ciudad en vias de tugurización, donde no estaban muy bien diferenciados  los barrios de los ricos de los barrios de los pobres.En el perímetro central, al aldo de una gran casa coexistìan decorosas vieviendas de clase media, junto a viejas mansiones subdivididas o sobrepobladas por familias de artesanos y obreros. Por ejemplo la Quinta Hereen y Barrios Altos. No faltaban en las inmediaciones del centro, bares y prostíbulos.

     Luis Alberto Sánchez recuerda de esta manera la calle monopinta, donde transcurrió su infancia, él nos dice: "entre los cerca deseiscientos habitantes que la poblaban, sólo habían entonces tres o cuatro "chuscas", una de ellas jubilada y madre de un niño ablancado (...) Mi abuela hablaba con desdén de las "chuscas" las de "peluquita", aludiendo a las inquilinas del corral de don Lázaro, las cuales habrían las puertas de su casa bajo una luz rojiza, sólo después de las 7 de la noche"
     Fue a partir de 1920 que los ricos come4nzaron a emigrar hacia los barrios del sur, tal vez para evitar tempranamente una mayor convivencia con las clases populares que crecían peligrosamente. Esa migración reverdeció a Barranco, dio origen a Miraflores y a las mansiones que rodena la avenida Arequipa. La construcción de mansiones contó con una fuerte influencia europea. De manera particular la influencia inglesa se dejó sentir en la equitación y la carrera de caballos, por ejemplo: El Hipódromo de Santa Beatriz.
    El deterioro urbano afectó principalmente a los chinos y japoneses. En Lima el área comprendida entre la actual avenida Abancay y la Plaza Italia fue poblada por los chinos, que luego se llamó el "barrio Chino", un conjunto de tugurios y callejones, siendo el mas conocido el callejón "Otaiza" más de cien cuartos para dar cabida a un millar de asiáticos.
Fuente: Apogeo y crisis de la República Aristocrática (Manuel Burga y Alberto Flores)
            



jueves, 3 de octubre de 2013

La Fiesta del Caracter

    Tras una década sin poder alcanzar el poder, militantes del Partido Demócrata y familiares de su caudillo, Nicolás de Piérola, recordando la aventura de los hombres de la capa, asaltaron el Palacio de Gobierno el día 29 de mayo de 1905. El objetivo de los pierolistas era obligar al Presidemte que firma su renuncia. Leguía era considerado un instrumento de José Pardo, el gobernante anterior, y lo conducen por las calles de lima bajo amenaza, en una situación tan confusa que muchos testigos pensaron que Leguía "se había pasado a la revuelta".

    El momento más dramático del golpe tuvo lugar en la Plaza Bolivar, frente al Congreso, los insurrectos lanzarona a Leguía al piso y con piedras en la mano, intentaron obligarlo a firmar su renuncia. Pero el Presidente respondió con un categórico ¡No firmo! que desconsertó a los insurrectos, pues contradecía la opinión geralizada de que Leguía no tenía carácter.

    La energía del Presidente confundió a los pierolistas, lo cual permitió que las tropas leales al gobierno despejaran el motín y liberaran al jefe de Estado, que esa tarde triunfante, recorrio la capital a caballo. Había sido, dijo: "su día de la independencia", tanto del civilismo como de su mentor, el expresidente Pardo.
    Este acontecimiento lo elevó como caudillo popular y, durante su posterior dictadura de 11 años, el símbolo de sus partidarios fue el dibujo de una mano con una pluma, al que se acompañaba con un lema que decía: "Por la mano que no firmo". Se estableció el 29 de mayo como Día del Carácter, que fue celebrado cada año durnate el régimen. 
Fuente: Revista Debate.


miércoles, 2 de octubre de 2013

La Generación del Novecientos

     Al empezar el siglo XX, la expectativa de vida en muchas regiones del país y Latinoamérica era de 27 años y el analfabetismo bordeaba al 98 %. El nuevo siglo llegaba después de una traumática guerra, pero en medio del progreso, la generación del 900 analiza y repiensa el país y ensaya su interpretación. Aunque sus miembros pertenecen a las clases dirigentes ligadas a la aristocracia, ellos asumen con firmeza una posición crítica frente a la realidad económica, política y social del Perú.

     Entre 1896 y 1919, el Perú atraviesa un periodo sin mayor conmoción política, salvo el "triunfo del cracter" protagonizado por el Presidente Leguía y algunos pierolistas insurrectos y el golpe de Estado contra el gobierno del populista Billinghurst porpiciado por la aristocracia del azúcar en complicidad con los militares.
     Las exportaciones de algodón, azúcar, caucho y minerales aumentaron considerablemente. Los emigrantes del siglo XIX se integraron a la sociedad y a la industria. A diferencia de la generación anterior que había planteado el debate en torno a nuestra herencia española, los novecentistas, más que mirar el pasado, intentaron implantar un nuevo orden político en el Perú, para lo cual desbarataron "leyendas negras" que nublaban la visión del país, !queremos patria¡ fue su consigna. En este intento se concentra la mayor parte de sus tesis y libros, plantearon el problema de la identidad que debe darnos a entender que somos mestizos, que nos permita mirar hacia nuestro interior como sociedad multicultural y multiétnica.

     Propugnaron la modernización sin olvidar la tradicón, se inician campañas para que el voto sea universal. La generación del novecientos proyecta, en sus escritos y planes, un Perú que los terratenientes y los empresarios urbanos no quieren o no pueden asumir. Paradojicamente, la falta de respaldo viene de su propia clase. En la política, serían neutralizados por las maniobras de Leguía, sin embargo, en sus años posteriores, formarían parte de la administración pública, incluso de algunos gabinetes. Co el tiempo su energía y optimismo se evaporan, sus ideas políticas se atenúan o acentúan, pero en todo caso toma otro rumbo. Los miembros más destacados de esta generación son: Ventura y Francisco García Calderón, José de la Riva Aguero, Victor Andrés Belaunde y José Gálvez.
Fuente: Edición especial de la Revista Debate.

Loa Barones del Caucho

Las disputas entre Perú y Colombia por el territorio del Putumayo, parecieron llegar a su fin gracias a un acuerdo firmado en 1904. Tres meses después, éste se revocaba y pasado un año las cancillerías de Lima y Bogotá decidieron someter la contienda al arbitra de su santidad Pío X. Mientras el Papa y sus consejeros analizaban el expediente ambos gobiernos decidieron retirar del Putumayo toda autoridad militar y civil. Este territorio a partir de 1906 se convirtió en tierra de nadie.

Para entonces el caucho era una industria en pleno crecimiento que requería grandes extensiones de terreno. Los Barones del caucho fueron comrando extensos territorios y controlando el tráfico en los ríos. Cada cauchero tenía "su río", e incluso cobraban tarifas por el derecho a atravesarlos o simplemente disparaban a matar.

Iquitos se convirtió, de la noche a la mañana, en una ciudad cosmopolita en donde convivían campas y aventureros extranjeros. Las casas estaban revestidas de azulejos portugueses que contrastaban con las barracas hechas de latas aplastadas de coca cola o pepsi cola. Julio César Arana era el magnate del caucho y poseedor de 200,000 kilómetros cuadrados en el Putumayo, él mandó traer una casa de hierro de los talleres de Eiffel y lo instaló en la Plaza de Armas.

Ante el peligro de que el territorio fuera cedido a Colombia, Arana proclamó la independencia de sus propiedades en las que trabajaban 40,000 indios. Para mantener el orden en las diversas plantaciones y en ausencia de cualquier autoridad, Arana reclutó a 400 barbadenses que constituían casi un ejército personal. 
En 1911 un diario londinense denunció que en el putumayo súbditos británicos, los 500 barbadenses, participaban de un régimen que calificaron como semiesclavista. La corona envió emisarios a realizar investigaciones.

La influencia de Arana los detuvo, pero un informe secreto hablaba de 30,000 nativos muertos en 12 años de trabajos forzados. En 1911 el banco llody´s le suspende a Arana todos los créditos. En el tratado Salomón-Lozano, firmado en secreto por el régimen de Leguia, cedía a Colombia la zona cauchera. El magnate pretendió declarar a sus territorios como una república independiente, sin embargo, la reacción al tratado, hecho público en 1927, propició la toma de Leticia en 1932. Para entonces el caucho era una ilusión desvanecida. La denuncia británica de los horrores cometidos contra los indígenas y el cultivo de esta planta en Asia desbarataron la boyante industria.